El embarazo es una tierna etapa para muchas mujeres, sin embargo, en mi caso significó un duro viaje de autoaprendizaje y madurez. Hoy quiero contarles la historia de cómo quedé embarazada sin esperarlo y todo lo que ocurrió después, una etapa de mi vida que debió ser la más feliz y que fue la más triste: Hace años me comprometí un diciembre y mientras comenzaba a organizar la boda en enero, quedé embarazada… fue algo contra todo pronóstico porque yo no podía tener hijos sin antes someterme a un tratamiento hormonal y mi novio debía revertir una cirugía; aún así, usábamos preservativos. Yo deseaba ser madre, pero quería esperar año y medio, pues pensaba que ese era el momento “adecuado” para concebir un hijo, luego de haberme casado.
Me doy cuenta de mi embarazo porque tenía mucho dolor en el vientre y eran tan fuertes que decido ir al médico, pues pensaba que era otro quiste en los ovarios. Para mi sorpresa no era un quiste, sino un hermoso bebé de apenas cuatro semanas, sí, quedé embarazada sin esperarlo.
Yo no podía creerlo, el mundo se me vino encima y en ese momento pasaron mil cosas por mi mente. Le dije a Dios que me perdonara porque quedé embarazada y sabía que eso era una bendición pero ¿por qué me había echado esa broma? que yo quería ser mamá pero no en ese momento, porque tenía mis planes.
Ahí, en ese preciso momento, también pensé en los chamos de la Fundación para la cual trabajaba y me sentí uno de ellos. Me vi en la situación de una adolescente sin experiencia: Yo, una mujer madura que estaba haciendo su maestría en sexología, cómo iba a salir con eso a mis chamos si les estaba enseñando a planificar su vida.
La culpa y el dolor de cuando quedé embarazada sin esperarlo
No fue fácil enfrentar esa situación, la boda se canceló, la relación se terminó y todo se transformó en un caos con el papá de mi hijo: viví situaciones terribles, dolorosas y humillantes con él. Los primeros meses luego de quedar embarazada fueron muy tristes, no paraba de llorar porque todo estaba patas arriba.
Gracias a Dios, a mi familia y a mis amigas, pude superar esa experiencia tan dura. Pero todo en la vida pasa para nuestro bien, aunque no lo veamos claro en el momento. Estaba muy triste, racionalmente sabía que tenía grandes lecciones frente a mi, pero me costaba apartarme del dolor y de la traición.
Eso es precisamente lo que le ocurre a muchas personas con depresión: saben lo que tienen que hacer, pero les cuesta dejar el dolor, ya sea porque se aferran a la situación que lo provocó o porque a veces ni siquiera saben cuando empezó el problema. Yo sí lo sabía, lo tenía muy claro y me sentía atrapada porque me decían que ahora solo debía pensar en mi hijo y que tenía que darle la oportunidad de vivir con su papá, a pesar de todo.
No podía creer que me dijeran eso, luego de quedar embarazada en esas condiciones; yo no era feliz y mucho menos era la madre que mi hijo merecía. Recuerdo que le comentaba a una gran amiga que yo iba a aguantar hasta que sintiera que ya no podía respirar, porque antes de ahogarme, iba a pensar en mí e iba a mandar al carajo a mi ex pareja.
Una nueva forma de ver el mundo después de que quedé embarazada sin esperarlo
¡Ese maravilloso día llegó! Lo recuerdo con alegría porque en ese instante sentí que me quité una gran carga de encima, una que no me dejaba caminar ni respirar. A partir de ese momento, la comunicación con el papá de mi hijo fue de mal en peor, pero la relación conmigo misma y con mi hijo, era cada vez mejor… era la que él merecía y yo deseaba; ahora era feliz, podía pensar en mi bebé con calma y organizar mis ideas. Con todo aprendí a ser flexible, a utilizar los tropiezos para crecer, a cambiar los planes pero jamás los sueños y lo más importante: comencé a sanar.
Válgame Dios, sanar… se dice fácil pero me tomó más de dos años cicatrizar y curar totalmente las heridas. Recuerdo que al papá de mi hijo le decía “el donante”… jajajaja muy malo eso, después comentaba que eso de “papá” era solo un título, porque estaba ausente todo el tiempo.
Después de madurar y que se calmaran las aguas, se convirtió en “el papá de mi hijo” (sin ironías); al que le agradezco toda la historia y la fortuna de ser madre de un niño maravilloso que cada vez que sonríe, me recuerda todo lo bueno que tiene su papá.
De las grandes lecciones que aprendí fue que como padres puedes equivocarte y enfrentar junto a tus hijos lo que te sucedió y aun así seguir siendo su guía. Que la experiencia y estudios no te eximen de los errores, que cuando te conviertes en tu hijo, ves el mundo desde otra perspectiva y hasta encuentras soluciones diferentes a los problemas que creías graves. También aprendí que como padres la evaluación de los demás suele nublar nuestro pensamiento y alejarnos de nuestros chamos.
Esta es parte de mi historia, se las quería contar porque tal vez hoy un papá se está enfrentando con tristeza y vergüenza al embarazo de su adolescente, una chica puede estar sintiendo que su mundo se desmoronó y repitiéndose una y otra vez por qué quedé embarazada sin esperarlo y una mamá quizás piense que su hija, al quedar embarazada está repitiendo su historia y sufra porque se siente culpable. En otra oportunidad les cuento cómo le dije a mis chamos de la Fundación lo que me estaba pasando.
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